27 de septiembre, aniversario de la consumación de la Independencia de México en 1821

Hacia 1820, luego de diez años de guerra, la causa de la independencia parecía derrotada y sólo algunos guerrilleros, Vicente Guerrero en primer lugar, resistían en las montañas.

Fue entonces cuando ocurrió una serie de sucesos inesperados. Una rebelión liberal en España obligó al rey a restablecer la Constitución de Cádiz, pero ya con un radical contenido liberal. La noticia fue recogida en México con sentimientos encontrados, y aunque pronto comenzaron a fraguarse planes anticonstitucionalistas, nada pudo hacerse, pues el 31 de mayo el Virrey Juan Ruíz de Apodaca se vio obligado a jurar la constitución. En todas partes se celebraban juntas clandestinas para idear nuevos proyectos contra el nuevo orden de cosas, pero sólo uno de ellos se realizaría, el de Agustín de Iturbide.

Las circunstancias que prevalecían tanto en el territorio novohispano como en la península favorecían el proceso de emancipación. Iturbide tomó su nuevo mando como general de los ejércitos del sur con la idea de independizar a nuestro país de España. El 24 de febrero de 1821 proclamó un documento conocido como Plan de Iguala, cuyos principales postulados eran garantizar la religión católica, lograr la independencia con una monarquía constitucional y conservar la paz y unión de americanos y europeos. Asimismo, se invitaba a gobernar al propio Fernando VII o, en su defecto, a otro miembro de la casa reinante. Mientras esto sucediera, una junta de regencia asumiría el poder; ésta designaría al soberano y haría la convocatoria conducente a redactar una nueva constitución.

Iturbide desplegó una hábil campaña, tanto diplomática como militar, que en menos de un año consiguió lo que no se pudo hacer en toda una década de guerra. El Plan de Iguala logró la adhesión de los mandos y tropas realistas e insurgentes, con los que se formó el ejército de las tres garantías que salvaguardaron el Plan de Iguala y la Independencia.

Apodaca fue destituido por su propia guarnición y regresó a España. Iturbide pactó alianzas con los jefes insurgentes y persuadió a buena parte de las fuerzas realistas de sumarse a su causa. El nuevo virrey, Juan de O'Donojú, sólo llegó para firmar los tratados de Córdoba por los cuales reconocía la independencia. Fungió además como intermediario para entregar la capital sin derramamiento de sangre, entablando negociaciones con el general Novella quien reconoció la autoridad de O´Donojú y le entregó el mando de la guarnición el 13 de septiembre. Fue así como, tras la firma de los tratados, el ejército español que permanecía defendiendo la capital, emprendió su retirada hacia Veracruz. Entonces el ejército Trigarante, al mando de Iturbide, hizo su entrada triunfal con un numeroso contingente en la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, consumando la Independencia.


El desfile fue espectacular. Así, al menos, lo han descrito los pinceles y las crónicas: los colores verde, blanco y rojo de la bandera Trigarante (simbolizaban la pureza de la religión católica, la independencia y la unión entre mexicanos y españoles, y las franjas estaban entonces dispuestas en forma diagonal) prevalecieron en las compañías mezcladas de insurgentes y ex realistas. Todo el camino estaba adornado con banderas, oriflamas y arcos triunfales en esos colores y figurando el águila como blasón. Se firmaría al día siguiente, 28 de septiembre, el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, que estipulaba: “La nación mexicana que por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido.”

Por primera vez, una conciencia de patria, de unidad, de pertenencia y autodeterminación, alumbraba el sentimiento de los mexicanos. La capital recibió alborozada a los triunfadores, entre el repicar de campanas, el sonar de tambores y clarines, restallar de cohetes y los gritos entusiastas de la multitud.

Pobres y ricos, blancos, indios, mestizos, todos salieron a las calles a festejar el nacimiento de una patria. El recorrido de las tropas trigarantes se había planeado desde la Tlaxpana por San Cosme, para llegar frente al palacio Virreinal. Sin embargo, Iturbide desvió su paso para que una persona muy especial presenciara el desfile desde su balcón: se trataba de María Ignacia Rodríguez de Velasco, la mítica Güera Rodríguez, ante cuya belleza y encantos se cuenta que caían rendidos por igual realistas e insurgentes. Se dice que tuvo en sus manos la carta firmada por Fernando VII, de la que se desprenderían los principios del Plan de Iguala, así como que fue ella quien entregó a Iturbide este documento.

Iturbide presidió la Junta Provisional Gubernativa y, al desconocer España los Tratados de Córdoba, fue coronado emperador, entrando en conflicto con el Congreso. Para muchos, en ese momento traicionó los ideales de la lucha insurgente. Tal vez aquel 27 de septiembre, arropado por el regocijo de los mexicanos al saberse por fin independientes, consideró factible constituirse como el primer monarca mexicano. En cualquier caso, los hechos posteriores no empañan ese día de júbilo y gloria para nuestro país y para la ciudad de México.

Comentarios